Una escena debe ser como una pequeña novela: con un principio, una mitad y un final. Por eso, cada una de ellas debe tener un objetivo, incluir algún obstáculo y resolver el conflicto (o dejarlo en suspenso).
Creación y uso de las escenas
Cada escena viene marcada por un cambio del tiempo, del lugar o del punto de vista de la narración.
La escena debe revelar algo nuevo al lector: profundiza en los personajes o haz que la trama avance. Evita las escenas mundanas en las que aparece un despertador que suena y un personaje que se levanta de la cama, se prepara el desayuno, desayuna, se lava los dientes, se ducha…
Utiliza las escenas para mostrar y no para describir: da algunos detalles del escenario, presenta movimiento con lo que sucede alrededor del personaje o con los gestos del propio personaje, incluye diálogo; haz vivir cada escena.
Comienzo, mitad y final de la escena
Comienza las escenas sin dar ninguna explicación, en mitad de una acción que ya se encuentre en desarrollo. Establece cuanto antes qué personaje tiene el punto de vista y reintrodúcelo: mira la última vez que apareció, deja claro el paso del tiempo y, si han pasado varias escenas desde su aparición, introduce algún recordatorio para unir aquella escena con ésta.
En mitad de la escena complica un poco las cosas, haz que el personaje muestre su personalidad un poco más ante contratiempos mundanos y persigue el objetivo que has propuesto para la escena.
Termina la escena con la consecución del objetivo o, mejor aún, presenta un contratiempo aún mayor y termina ahí la escena, deja al personaje colgado y al lector con ganas de saber más.
El final de una escena es una mera pausa, y si consigues que esa pausa no sea confortable para el personaje, mejor.
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